Imagen: Angga Renaldo Sikas |
De libros yo conocía las tapas, las historias, los autores, porque me gusta leer, pero de ahí a darle un orden especial en una estantería había una gran distancia. Pero aprendí a hacerlo, aprendí que cuando son muchos libros no nos sirve ordenarlos ni por colores ni por tamaños.
Todo este tiempo he atendido público, alumnos de universidad, de esos que salen de cuarto medio y vienen pegado con el "tío" para dirigirse a los que son mayores. Ya sí, siempre fui mayor que ellos, pero no digamos que una brutalidad, tenía menos de 30 años y ya me estaban diciendo "tío".
Fue ahí cuando decidí que solo mis sobrinos debían decirme así y como aún no nacían entonces todo el resto o me trataba por mi nombre o me decía "señor", pero nada de emparentarme siendo yo tan joven.
Pasaron los años, nacieron mis sobrinos, nacieron mis hijos, mi cabeza y cara se poblaron de canas, pero sigo tan joven como antes, así que aunque los nuevos estudiantes puedan ser hijos míos no lo son, ni tampoco son sobrinos, por lo que apenas me dicen "tío" les mando mi mejor mirada con rayos láser saliendo de mis ojos, y deben quemarles porque de inmediato se ponen serios y me dicen "perdón".
Lo que no sé es como hablan de mí entre ellos. Seamos honestos, todos los que pasamos por el colegio y/o universidad, le pusimos apodos a los profesores y a los funcionarios, sobre todo cuando no sabíamos sus nombres. El más recurrente siempre ha sido "el viejo de matemáticas", "la vieja del kiosko".
¿Qué dirán de mí? ¿El viejo de la Biblioteca? ¿El cara de loco? ¿El barbón? ¿"El libro se lo pedí al señor canoso de la Biblioteca"?
Siempre será un misterio insondable para mí, algo así como el baño de mujeres o la sala de profesores... Y prefiero que siga siendo así, un completo misterio.
Buenos días, buenas tardes, buenas noches.
0 comentarios:
Publicar un comentario