De repente se vio en un desierto, tan solo su fiel caballo lo acompañaba, ese córcel que lo miraba con compasión en los momentos más duros, cuando hacía más calor entre la arena y el sol de Atacama. Se le veía llorar en el camino, pero el Caballero seguía, no tenía más remedio, al frente estaba la esperanza de encontrar verdor, agua, sombra.Unos cuantos meses pasaron hasta que encontró un bosque, muy frondoso, tanto que el Caballero se perdía constantemente en la búsqueda de la salida. Sabía que había un solo camino que lo guiaría donde su Doncella, pero era tanta la vegetación que se distraía a menudo mirando las flores, trepando a los árboles, comiendo de los frutos que caían de las ramas, que no lograba concentrar sus fuerzas en alcanzar la meta.Los árboles le entregaban noticias sobre...