jueves, 7 de junio de 2012

Cómo se pasa la vida...

Diciembre de 1995, calor en la capital de Chile y yo con terno y corbata entraba a mi último día en el Liceo.
Temprano en la mañana llegué para saludar a mi gran amigo Jesús, conversar un rato con él y luego ir hacia la sala del segundo piso, entre la escalera y el laboratorio de computación. En esa época el colegio que tenía 2 computadores era uno de los más dotados del país, y usaban de esos discos flexibles de 5¼-pulgadas, no recuerdo haber entrado a esa sala, pero sé que ahí estaba. 
Era un día bastante especial, tendríamos por fin esa ceremonia que año tras año habíamos visto y participado a nuestra manera, con alegría, echando la talla, mirando a las niñas que se iban, en fin, como un adolescente común y silvestre.

Antes teníamos que recibir una noticia, 3 compañeros de nuestro pequeño curso de 24 personas, recibirían la nota de su examen con la cual sabrían si era su último día en el Liceo o si debían estar un año más. Llegó la profesora y les dio la noticia... fue el comienzo de la celebración.
Los 3 aprobaron, y con muy buena nota, hay que decirlo. Abrazos iban y abrazos venían.

El ritual de escribir en la camisa de los varones y en la blusa de las damas ya estaba en su apogeo.Y ahí estaba yo, con la corbata anudada y muy ordenado. Mis camaradas habían comenzado a desgarrar las camisas sacando de un solo tirón el bolsillo. Cuando vi que eso ocurría, y como yo quería permanecer ordenado, me puse las monedas y unos papeles en ese bolsillo, entonces cuando intentaban hacerlo yo les decía "no, que no tengo donde guardar estas cosas" y si no me creían les decía que estaba pobre de camisas, la cosa es que me fui con la camisa rayada, pero enterita.

Los otros 2 Cuartos medios estaban en las mismas cosas que nosotros, con más o menos sentimentalismo, pero estaban. Recuerdo haberme asomado al pasillo y ver a niñas con lágrimas en el sector del Cuarto B, no te negaré que me dieron ganas de ir a consolarlas con un abrazo, pero era solo eso: ganas. Después me enteré que de los más de 30 que habían en ese curso, unos pocos habían repetido.
Al otro lado, en el Cuarto A había pura alegría también, hasta me rayaron la camisa también en esa sala y yo dejé mis mensajes en algunas. La fiesta ya no paraba.

En un momento de la mañana nos piden orden porque la ceremonia de despedida ya comenzaría. Costó, pero se logró ordenar la cosa.
Abajo, en el patio, ya estaban todos los otros cursos formados esperando a las estrellas de ese momento: nosotros.

Salimos al pasillo junto con el Cuarto A, todos abajo nos miraban, nosotros reíamos de alegría, felicidad  y quizás algo de nerviosismo. De repente, de la nada, 2 bombas de agua surcan el cielo y caen sobre una niña de 3° medio, que pa mala pata nuestra, estaba al lado del Inspector General. Ahí cambió todo, de la risa pasamos a la seriedad más absoluta.

Apenas llegamos dicen por micrófono ante todo el Liceo, que no se dará inicio a la ceremonia hasta que aparezca la persona que lanzó el elemento refrescante, tomado como una ofensa por las autoridades. La gente del Cuarto B era la más triste con la situación y reconozcamos, a muchos nos hubiese gustado vivir ese momento como antes lo habíamos solo visto.
Al interior del Cuarto C sabíamos que la bomba de agua había salido de ahí, pero nadie delató a nadie, es más, hasta algunas personas del Cuarto A solidarizaron con nosotros y nos mantuvimos firmes.

Fue un día sin Despedida oficial, sin la cancioncita de Alberto Plaza que dejaba llorando a todos mientras los alumnos y alumnas de los Cuartos medios caminaban por un pasillo hecho por el resto de la gente del Colegio hacia la salida. Tampoco fuimos a buscar a los alumnos de Primero básico que ocuparían nuestro lugar. En fin... El último día de mi vida como alumno del Liceo Leonardo Murialdo pasó tal cual llegué unos años anteriores: sin penas ni gloria.

Al menos nos salvamos de la PLR.

Buenos días, buenas tardes, buenas noches.

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